Los diez mandamientos de la ciudad habitable

Con tantos rankings de calidad de vida urbana, diseñados con métricas que van desde estadísticas rigurosas hasta percepciones caprichosas, es fácil perder de vista el sentido común a la hora de concretar qué debe definir la habitabilidad. El autor de ‘How to Live in the City’ nos propone este decálogo de cualidades básicas para que una urbe del siglo XXI sea próspera y acogedora, en vez de un lugar deshumanizado e insufrible.

VERDE
Una ciudad necesita pulmones para respirar. Los parques y los jardines, las calles arboladas y los maceteros de las ventanas hacen mucho más que embellecer nuestros paisajes de cemento. Nos proporcionan un respiro vital. La hierba, el barro, las hojas y las flores nos conectan a la tierra y con­trarrestan el polvo y la suciedad. Al fin y al cabo, seguimos siendo animales. A través de la naturaleza percibimos el paso del tiempo, de las estaciones y de los elementos. No se trata solo de compensar las emisiones de carbono o de disponer de un lugar al que ir de pícnic los días de buen tiempo, sino de mantener una relación simbiótica fundamental entre el ser humano y la naturaleza. Cuanto menos contacto estamos con ella, menos natural es nuestro comportamiento.

PÚBLICA

Aunque es difícil cuantificarlo con estadísticas, se sabe que la calidad de los espacios públicos de una ciudad influye en la felicidad de sus habitantes. En una época en la que cada centímetro de suelo se aprovecha para fines privados y comerciales, se empiezan a apreciar las nefastas consecuencias de la desaparición del espacio público. Las ciudades pierden vida y sus habitantes se ahogan. La vida que surge entre los edificios forja la personalidad y el carisma de una ciudad. Es ahí donde la gente se reúne, en fiestas o en manifestaciones, para convertirse en algo más grande que ellos mismos. Poseer las calles y llenar las plazas es un viejo derecho democrático de la población urbana.

DOMÉSTICA

El mobiliario urbano puede transformar una calle, convirtiendo un paisaje hostil en un lugar acogedor. No dar con una papelera es un fastidio. Las papeleras, los bancos o una iluminación elegante contribuyen a que la vida urbana florezca más allá de la puerta de nuestras casas. La tiranía de algunos reguladores demasiado cautos, que ven en el mobiliario urbano una invitación al vandalismo, ha convertido los espacios públicos en meras rutas entre dos puntos. La desconfianza genera mala conducta. Irónicamente, promover una cultura amable mediante el diseño de lugares en los que la gente pueda detenerse tranquilamente evita la delincuencia y el vandalismo de manera más eficiente y natural.

ENTRÓPICA

Las primeras ciudades nacieron donde la gente se reunía para comerciar con bienes y contarse novedades. Un intercambio diversificado es la argamasa que ha mantenido siempre unida a una ciudad. Aunque hoy reconocemos la necesidad de que haya tolerancia, resiliencia y diversidad, la expansión urbana tiende a sistematizar el espacio y a crear guetos. Y así se crean entornos estériles y segmentados que, como las cámaras de resonancia físicas, no reflejan el desorden de la vida real. Apoyar iniciativas independientes es crucial para que la población urbana mantenga su espíritu y su ayuda mutua. Las ciudades avanzan cuando son lugares fértiles para un intercambio diversificado.

DENSA

La densidad suele considerarse la forma de diseño urbano más eficiente. Pero edificar más en menos espacio no necesariamente se traduce en casas más pequeñas o en edificios claustrofóbicos. La generosidad es fundamental a la hora de planificar una densidad eficiente. Deben elaborarse planos de planta flexibles que se adapten a distintas necesidades y que evolucionen fácilmente. Debe haber suficiente espacio compartido, tanto en el interior como en el exterior de los edificios, para que la gente se reúna y aflore un sentimiento de comunidad. Una densidad generosa tiene en cuenta la realidad habitable dentro del rompecabezas del diseño urbano y reconoce tanto el contexto humano como el contenido espacial.

MÓVIL

Las ciudades más habitables facilitan el movimiento de sus habitantes. Desde recorridos peatonales hasta carriles para bicicletas, pasando por un excelente transporte público y una gestión sensata del tráfico, disponer de opciones de movilidad permite a los habitantes de una ciudad trazar su propio camino a través de la jungla urbana. Cuanto más fácil es trasladarse por dentro y por fuera de una ciudad, más vida se nota. Una infraestructura robusta y coherente permite a la población y no al tráfico sentar las pautas de la experiencia urbana. Planificar a largo plazo es importante. Un proyecto inteligente puede dotar a la ciudad de carácter. Un sistema de transporte que funcione bien y disfrute de un buen mantenimiento puede convertirse en motivo de orgullo.

SEÑALIZADA

El lenguaje verbal de nuestras calles influye en el carácter de una ciudad. Una buena señalización comunica mucho más que el nombre de la calle o la dirección del tráfico. Aunque todos llevamos teléfonos inteligentes en el bolsillo, los mapas y las rutas expuestos en las aceras ayudan a absorber mejor el entorno físico y a transitar por diferentes zonas en un contexto real y no virtual. Las señales nos proporcionan caminos para adentrarnos en experiencias urbanas. Nos ayudan a leer las ciudades, y un espacio legible se abre ante nosotros como las buenas historias. Una ciudad transitable es una ciudad que funciona.

Los diez mandamientos de la ciudad habitable
LUIS MENDO

CULTA

Si la población es la savia de una ciudad, la cultura es su alma. Darle oportunidades a la cultura para que florezca es vital para crear un entorno urbano estimulante. A fin de que esto ocurra, es crucial una programación robusta en toda la ciudad. La cultura no existe únicamente en las instituciones y en los lugares designados para ello. Debe aprovecharse toda oportunidad, por pequeña que esta sea, para que la gente participe, desde exposiciones de arte públicas permanentes hasta instalaciones temporales en edificios infrautilizados o la celebración de fiestas locales. Una dirección creativa que logre provocar una respuesta apasionada contribuye a generar un sentimiento de orgullo local entre la población urbana.

ANTIGUA Y MODERNA

Las ciudades son depósitos de cultura social histórica con capas que evolucionan constantemente. Cuantas más capas visibles haya, más fascinantes se nos presentan. Las leyes de protección ayudan a preservar el pasado de las ciudades, pero también es importante dejar espacio para contar historias de futuro. Con la rapidez con la que crecen, es fundamental mantener una tensión racional entre lo antiguo y lo moderno. Para ello debe existir un sano debate en torno a cómo seguir contando la historia de un edificio, de un barrio o de una ciudad. No estamos hablando aquí de la construcción de lugares por parte de promotores urbanos. La existencia de un foro en el que pueda debatirse qué importa y por qué crea un compromiso más profundo entre la población y su hábitat urbano.

SEGURA

Vivimos en una época en la que la vigilancia generalizada y la policía armada, concebidas para velar por nuestra seguridad, nos hacen sentir más inseguros. Una seguridad tan intensiva no es la mejor protección para una ciudad. El recurso más valioso para hacerlo es la población misma. Esto no quiere decir que la vigilancia ciudadana sea la mejor manera de avanzar. Más bien al contrario. Diseñar entornos en los que la gente se sienta cómoda y bienvenida y donde pueda detenerse y pasar el rato es un factor disuasorio de la delincuencia mucho más humano que los alambres de púas y la televigilancia. Cuando nos sentimos seguros en público, vigilamos de forma natural y nos cuidamos mutuamente. La protección es una percepción que inspira seguridad, y no al contrario.

 

Fuente: https://elpais.com

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