Orozco y Berra # 7
Esquina de Guerrero y Orozco y Berra, Colonia Buenavista, Ciudad de México (12 de Diciembre de 1939). Imagen: Museo Archivo de la Fotografía.
Miércoles doce de diciembre de 1939, ciudad de México, día de la guadalupana. La colonia Buenavista se levanta temprano para celebrar un día de culto y fiesta obligatorio pero no oficial. La calle de Orozco y Berra ha sido recientemente abierta con el fin de aliviar los crecientes congestionamientos causados por la estación del Ferrocarril Mexicano localizada muy cerca de ahí. A la izquierda se aprecia una casona abandonada por sus dueños originales y que ahora aloja en su piano nobile un consultorio de enfermedades “venéreas” y “de señoras”. La apertura de la calle significó la destrucción de la construcción vecina pero sus rastros son aún visibles en el muro de colindancia expuesto. Por lo pronto el muro sirve de cartelera para eventos y espectáculos a llevarse a cabo en días próximos. A la derecha se observa un edificio de viviendas y locales comerciales, recién construido y que bien podría pasar por la definición de José Luis Benlliure (aplicada a mucha de la arquitectura “moderna” de esa época) de “cajón con agujeros”.[1] Cruzando la calle aparece un joven de boina y chamarra, caminando con la soltura que solo otorga la familiaridad con el barrio. En la esquina opuesta, dos niños -casi adolescentes- terminan por cruzar la más amplia y más antigua calle de Guerrero. Uno de ellos se detiene para acomodar la caja de cartón que lleva en la cabeza y que contiene algunos envases de refresco. Un individuo de saco abierto, sombrero desajustado y sin aparente negocio, los espera -cigarro en mano- mientras se reclina en un poste de teléfonos. Detrás de este grupo se observa a un gendarme con los ojos fijos en la acera opuesta. Mira a una familia bien vestida, tres adultos y una niña, acompañados por otra menor que carga una caja y una bolsa con cierta dificultad. Seguramente se dirigen a la misa en honor a la virgen de Guadalupe en la Parroquia de San Fernando, desde cuya plaza fue tomada esta fotografía. Más al fondo se aprecian edificios viejos y nuevos, algún lote baldío, automóviles, más personas y la calle misma que termina en un callejón que pronto también se abrirá.
Un acercamiento a la imagen permite ver unos metros detrás del policía a un grupo de personas tratando de entrar a un edificio. Por el ángulo de la toma el edificio no logra distinguirse del todo, pero por el número de personas debe tratarse de un edificio público. La duda se disipa pronto al subir la mirada. Un volumen convexo pintado de color obscuro confirma que se trata del Sindicato Mexicano de Cinematografistas diseñado por Juan O’Gorman entre 1934 y 1936. He escrito sobre este edificio en otras ocasiones y según mi personal pero obstinada opinión se trata de la mejor, o al menos la más interesante obra de O’Gorman.[2] Terminado aproximadamente en los años en que decidió retirarse de la arquitectura, el edificio no mereció muchos comentarios de parte de su autor, quizá porque la arquitectura en esos momentos comenzaba a parecerle un “Frankenstein”.[3] Las pocas referencias al edificio en la historiografía mexicana tampoco han sido muy benevolentes con él ya que por una lado lo mencionan, casi de pasada, como uno de los varios proyectos sindicales de la época, o bien critican su “pragmatismo y […] pobrismo arquitectónico que no lograron consenso ni entre los usuarios […] ni mucho menos en las masas populares y el público en general”.[4] A pesar de esto el mismo O’Gorman elogió al edificio por su calidad constructiva.[5] Por mi parte lo que siempre me ha llamado la atención es lo articulado de su forma y la “historia” que narra.
Juan O’Gorman, Sindicato de trabajadores de cinematógrafos, 1934-1936 (perspectiva). Imagen cortesía de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco (México) – Fondo Especial de la Coordinación de Servicios de Información.
Construido en la acera norte de Orozco y Berra el edificio proveyó a esa nueva calle de uno de sus primeros frentes o fachadas. Constaba de cinco niveles claramente diferenciados pero todos ellos compartiendo las mismas alturas y proporciones. La planta baja estaba casi totalmente abierta y consistía en un amplio vestíbulo de columnas exentas o pilotis. Al fondo, una escalera abierta servía de foco de atracción y confería orientación a los que ingresaba al auditorio en la parte posterior, o a los que ascendían a los pisos superiores. Este nivel además contaba con un área de servicios médicos que, hacia la calle, se expresaba mediante un volumen cilíndrico muy lecorbusiano pero bastante apropiado para su uso y situación.[6] El primer piso estaba reservado para las áreas de archivo, organización y administración, y se componía de oficinas alineadas y comunicadas entre sí. El segundo nivel se retraía de la fachada para formar un balcón corrido desde el cual los representantes sindicales podían salir a conversar u observar a la gente en la calle. Al centro del balcón, una protuberancia convexa creaba un podio para discursos proselitistas. La perspectiva del proyecto –el único dibujo original conocido- muestra a un líder arengando a sus camaradas (invisibles en el dibujo), y recuerda a aquel diseño de El Lissitzky para la tribuna de Lenin. Quizá el aspecto más conocido del edificio sean las “troneras” del balcón con las que los trabajadores podían supuestamente defenderse en caso de agresiones.[7] Detrás del balcón se localizaban las oficinas de los delegados, que correspondían a las distintas ramas del gremio: mozos y veladores, taquilleras, empleados, revizadores [sic], y operadores. Curiosamente el edificio estaba exactamente alineado con la parroquia de San Fernando y orientado en la misma dirección. Esto establecía una sutil analogía entre el púlpito del cura (tan importante en la historia política del país) y el podio del líder sindical o revolucionario.
Juan O’Gorman, Sindicato de Trabajadores de Cinematógrafos, 1934-1936 (Planta baja, y segundo, tercero, y cuarto pisos). Imágenes tomadas de Arquitectura y Decoración 3 [1937].
El tercer nivel repetía la curvatura del balcón inferior para formar un volumen ciego detrás del cual se localizaba la oficina del secretario general. El volumen servía de fondo para el letrero del sindicato, que a su vez estaba formado por letras ligeramente separadas del muro y que proyectaban una sombra que cambiaba a lo largo del día. Este piso también alojaba un privado, la oficina del secretario del trabajo y la sala de justicia, todos estos espacios teniendo una sala de espera común que, aunque bastante compacta, estaba hábilmente dispuesta entre muros y columnas. En el último nivel se encontraba la biblioteca, un espacio de lectura y un asoleadero, cada uno de ellos con distintos grados de apertura espacial. En este piso, O’Gorman intentó colocar una de sus famosas bardas de órganos pero que terminó aquí convirtiéndose en una jardinera convencional. El programa arquitectónico del último nivel, sin embargo, simbolizaba adecuadamente el bienestar físico y espiritual al que toda unión de trabajadores debe -o debería- aspirar. Para coronar al edificio O’Gorman colocó un asta de inspiración constructivista (otro de sus motivos preferidos) y que en la perspectiva aparecía con una bandera comunista ondeando en lo alto.
Juan O’Gorman, Sindicato de trabajadores de cinematógrafos, 1934-1936. (Izquierda: fachada). Imagen tomada de Arquitectura y Decoración 3 [1937]. (Derecha: el edificio a principio de los años sesenta) Imagen tomada de Icaronycteris.
La perspectiva exageraba bastante las proporciones del edificio pero transmitía bien sus intenciones. Lamentablemente O’Gorman omitió dibujar en ella la escalera principal, un elemento de suma importancia en el proyecto. Dicha escalera se encontraba iluminada por un pequeño patio de luz cuyos muros estaban pintados de color azul ultramar. De esta forma una intensa luz cenital habría descendido por el patio y la escalera, bañado sus superficies, y prometido una verdadera experiencia de ascenso a los que ingresaban al edificio. Con todo, la perspectiva lograba sugerir la existencia de situaciones humanas concretas en cada uno de los niveles del edificio y que en su conjunto formaban una suerte de coreografía arquitectónica vertical.[8] En este sentido resulta sorprendente que la fotografía con la que comencé este texto, muestre al menos tres de esas situaciones en el momento mismo en que suceden: una feliz coincidencia entre la realidad imaginada o representada por O’Gorman y la realidad vivida o re-presentada por los trabajadores: la multitud agolpándose en la planta baja, un líder sindical asomándose por el podio, y un grupo de trabajadores izando la bandera, quizá la comunista, tal vez la del sindicato, quizá la mexicana o inclusive la guadalupana.
Imagen derecha: Juan O’Gorman, Sindicato de trabajadores de cinematógrafos, 1934-1936 (perspectiva). Imagen cortesía de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco (México) – Fondo Especial de la Coordinación de Servicios de Información.
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[1] José Luis Benlliure, “Sobre la arquitectura y su enseñanza en México en la década de los cuarentas,” La práctica de la arquitectura y su enseñanza en México, Alexandrina Escudero ed. (Ciudad de México: INBA, 1983), 11.
[2] Juan Manuel Heredia, “Juan O’Gorman, más allá del Funcionalismo Radical: dos edificios sindicales reconsiderados”, Arquine 29 (Septiembre 2004), 78-89; y “Juan O’Gorman and the Genesis and Overcoming of Functionalism in Mexican Modern Architecture,” en Marc Neveu y Negin Djavaherian eds. Architecture’s Appeal: how Theory informs Architectural Praxis (Londres: Routledge, 2015), 247-261.
[3] “‘Abandoné la arquitectura porqué se me convirtió en un Frankenstein’: O’Gorman”, en Ida Rodríguez Prampolini, Olga Saenz y Elizabeth Fuentes eds., La palabra de Juan O’Gorman: selección de textos (Ciudad de México: UNAM, 1983), 212-216.
[4] Ver respectivamente Carlos González Lobo, “Arquitectura en México durante la cuarta década: el maximato, el cardenismo”, en Víctor Jiménez ed. Apuntes para la historia y crítica de la arquitectura mexicana del siglo XX: 1900-1980 . vol. 2. (México: INBA, 1982), 95-97, y Rafael López Rangel, La modernidad arquitectónica mexicana, antecedentes y vanguardias, 1900-1940 (Ciudad de México, UAM, 1989), 155-159. A pesar de sus diferentes apreciaciones, ambos autores terminan por considerar como “más afortunado” o mejor “sin duda” al edificio de Enrique Yáñez para el Sindicato Mexicano de Electrictistas, una obra sin un poco de la complejidad o sofisticación del de O’Gorman, e inclusive derivado de él; ejemplo de la poca atención a la forma, la proporción y el espacio de gran parte de la historiografía mexicana. Ver Juan Manuel Heredia, ‘Juan O’Gorman más allá” op. cit. e “Integración plastica o el problema de la orientación III”.
[5] Antonio Luna Arroyo ed., Juan O’Gorman, autobiografía, antología, juicios críticos y documentación exhaustiva sobre su obra (Ciudad de México: Cuadernos populares de pintura mexicana moderna, 1973), 123-124. El edificio sigue en pie aunque bastante alterado.
[6] Kurt Forster relaciona la ideologia higienista de Le Corbusier, los elementos curvos de su arquitectura, y aquellos espacios en sus edificios en donde el cuerpo humano se encontraba más expuesto. Ver “Antiquity and Modernity in the La Roche-Jeanneret Houses of 1923”, en Oppositions 15-16 (1979), 142-143.
[7] Carlos González Lobo, “Arquitectura en México durante la cuarta década”, op. cit.
[8] En sus retranqueos y protuberancias, así como en su desarrollo vertical, el edificio recuerda al Gobierno Civil de Tarragona de Alejandro de la Sota, un proyecto que explora de forma parecida la tensión entre jerarquía y representación política.
por Juan Manuel Heredia , <http://www.arquine.com/orozco-y-berra-7/>, 17 Abril, 2015.
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