Barragán en la Condesa
Pareciera que la obra del arquitecto Luis Barragán sólo puede admitir una descripción poética. La luz, el silencio y la quietud son definiciones que se revisitan cuando se habla del conjunto de obra del arquitecto. Esas mismas definiciones tienen su traducción fenomenológica en las 7,337 publicaciones que arroja Instagram bajo el hashtag #luisbarragán. Ciertamente, los espacios son tan cinemáticos y contundentes que pareciera que se despliegan por sí mismos. Es irremediable: la luz, de hecho, sí opera sobre el efecto arquitectónico, y la apertura de los volúmenes enmarca paisajes que terminan abonando a la paleta de colores de cada proyecto. Pero una parte del patrimonio de Barragán está concentrada en una de las colonias más concurridas de la Ciudad de México, y una que no necesariamente piensa al inmueble como un museo al que se pueda acudir para apreciar los cambios de la luz y las soluciones volumétricas. Obras como el Edificio Basurto, de Francisco J. Serrano, conviven con tiendas de ocasión y restaurantes para el oficinista. Sin embargo, la entrada del Basurto señala que una obra importante se encuentra ahí, y el transeúnte se toma el tiempo para fotografiarla. Pero, ¿qué sucede cuando las señales se reducen a la placa que firma al edificio, o al dato conocido por iniciados cuando no existe ninguna placa que indique la existencia de alguna obra relevante?
Caminar por Avenida Mazatlán es recorrer un patrimonio insospechado de la arquitectura mexicana. El conjunto de casas unifamiliares que Barragán proyectara en 1936 queda diseminado en las modificaciones que los habitantes particulares han realizado a las fachadas, sobre las que también se encuentran las cicatrices de ciertas políticas públicas. Una nota publicada el 7 de julio de 2018 por El Universal reporta que la Procuraduría Ambiental y de Ordenamiento Territorial (PAOT) clausuró dos obras irregulares. “La primera clausura que aplicó la procuraduría ambiental fue el 30 de abril pasado para frenar la demolición en el inmueble de Mazatlán 114, en la colonia Condesa, el cual también es una casa con valor patrimonial para la zona”, se lee, sin hacer mención alguna a Luis Barragán. En Internet se puede encontrar un anuncio de que la propiedad se encuentra en venta, y ahí es donde se consigna de quién es el proyecto. Las puertas de entrada mantienen algunos restos de los sellos de clausura, y el inmueble luce abandonado. La casa con el número 116 tiene una puerta de entrada que se parece a casi todas las puertas de entrada de la colonia, y la herrería de las ventanas habla menos de una decisión arquitectónica que de una circunstancia política. Las ventanas que dan hacia la calle siempre tienen que protegerse, más por seguridad que por ornamentación.
Continuando el recorrido hacia la calle de Alfonso Reyes, se pueden encontrar otro par de proyectos. En el 118, unas cortinas entreabiertas dejan ver una lámpara de araña y unas escaleras de madera, nada de los espejos esféricos y las esculturas de caballos con que Barragán decoró otras de sus obras posteriores, mientras que en el 130 –una casa recuperada por la firma de Bernardo Gómez Pimienta– una cámara de seguridad convive a un lado de un vinil que se camufla sobre una loseta verde: “Luis Barragán, INBA, 130”. La colonia alberga otro par de placas, en metal y con tipografía art déco, en las dos casas en Avenida México 141 y 143, y la que está en la casa que ocupa Bonito Pop Food Restaurant: “Arquitecto Luis Barragán, 1939”. Ahí no se encuentra operando la protección al patrimonio, sino una economía que ha mantenido a la zona así de prestigiada y de costosa. El consumo puede llegar a ser equivalente al costo de entrada al Museo Casa Luis Barragán, en la colonia Daniel Garza, o a una visita particular a la Casa Gilardi, en la San Miguel Chapultepec.
No es estoy diciendo, por supuesto, que las casas de Mazatlán y de Avenida México se tendrían que expropiar para volverlas museos. Los proyectos originales han sido transformados, y todavía existen sus propietarios, o bien, están sumergidas en algo muy común para la Condesa, que son los pleitos inmobiliarios. No tendremos la experiencia de visitar sus interiores, nos quedan un par de placas en metal o la posibilidad de ordenar una pizza en el restaurante. Pero, tal vez, se tendría que mencionar que la obra de Barragán también es un conjunto de inmuebles que han sido parte de una vorágine urbana. Es también un conjunto de muros que podrían desaparecer ante el curso de una ciudad que crece cada vez más —no muy lejos de las casas en Avenida México, puede verse una ruina kaliscósmica en Ámsterdam 270, obra de Juan José Díaz Infante. El de Barragán no sería el primer patrimonio perdido. Hasta ahora, o las casas se han modificado o han devenido en industria restaurantera. Además de silencio y luz, la obra de Barragán, como otras casas menos ilustres, han sufrido con los movimientos económicos, o han experimentado las dificultades que implica mantener el patrimonio (costos de mantenimiento, prácticas irregulares, etcétera).
Fuente: arquine.com
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